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21 jul 2023
Si en nuestro anterior artículo tratábamos sobre los riesgos físicos potencialmente presentes en los entornos construidos, completaremos en éste el panorama hablando sobre los riesgos de naturaleza química y biológica. La presencia en el aire de sustancias de origen químico o biológico extrañas a su composición original adquiere la condición de contaminación, dados los efectos perjudiciales que pueden derivarse para el medio ambiente y la salud humana.
Los componentes principales del aire son el nitrógeno (78%), el oxígeno (21%) y el argón (1%), junto con trazas de sustancias como el dióxido de carbono (CO2) o el agua. Los contaminantes presentes en el aire en forma de polvo o aerosoles pueden tener su origen en fuentes naturales o antropogénicas.
Las nuevas Directrices mundiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la calidad del aire, actualizadas en septiembre de 2021, aportan pruebas de que la contaminación del aire ocasiona daños en la salud humana en concentraciones aún más bajas de lo que se suponía hasta ahora. En estas directrices se recomienda la reducción de los niveles de los principales contaminantes del aire (algunos de los cuales también contribuyen al cambio climático) para proteger la salud de las personas.
La contaminación del aire es una de las mayores amenazas medioambientales para la salud humana, junto con el cambio climático. La mejora de la calidad del aire puede potenciar los esfuerzos de mitigación del cambio climático, mientras que la reducción de las emisiones mejorará a su vez la calidad del aire. Al esforzarse por alcanzar estos niveles de referencia, los países estarán protegiendo la salud y mitigando el cambio climático mundial. Las nuevas Directrices mundiales de la OMS sobre la calidad del aire tienen como objetivo evitar millones de muertes debidas a la contaminación del aire.(1)
En espacios interiores, la concentración de contaminantes presentes en el aire puede superar en varias veces a la del exterior y convertirse en un factor de riesgo muy significativo. Dado que pasamos alrededor de un 90% de nuestro tiempo en estos espacios podemos hablar, de hecho, de una exposición crónica.
La exposición a la contaminación del aire interior tiene un alto potencial sensibilizante, llegando en ocasiones a sobrepasar los niveles de tolerancia del organismo, que genera respuestas biológicas inadecuadas. Según un reciente estudio, la contaminación del aire es una de las principales causas de enfermedades, desde asma hasta enfermedades cardíacas, derrames cerebrales, cáncer de pulmón y, probablemente, demencia. Este estudio destaca que, así como para la contaminación del aire exterior, las normas y regulaciones actuales han contribuido a la reducción las emisiones de partículas, óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre en muchas partes del mundo durante las últimas tres décadas, “la contaminación del aire interior no ha recibido la misma atención, a pesar de que podría causar casi la misma cantidad de muertes en todo el mundo: 3,2 millones en 2020, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)”.
Otro estudio publicado en la revista Environmental Pollution muestra cómo estar expuesto a contaminantes atmosféricos en el vientre materno y durante los primeros ocho años y medio de vida altera la conectividad estructural del cerebro en la preadolescencia. En particular, los mayores cambios se dan cuanto mayor es la contaminación recibida en los cinco primeros años. (2)
Muchos de los productos introducidos masivamente en la construcción están ya reconocidos por la medicina como problemáticos y la literatura científica es abundante en evidencias que muestran la íntima relación entre su presencia y la aparición de diversas patologías.
Estas sustancias son muy preocupantes y tienen un costo en términos de cáncer, TDAH y obesidad, y hay investigaciones sobre los vínculos con el autismo. Hay una lista de problemas de salud reproductiva, como la pérdida de la fertilidad y el inicio temprano de la menstruación en las niñas. Las sustancias peligrosas están causando una gran cantidad de problemas y lo estamos pagando a nivel social en nuestros sistemas de atención médica (Martha Lewis, arquitecta ganadora del DBE Person Prize 2019 de Building Green). (3)
Un estudio de la NYU (Universidad de Nueva York) de 2013 sobre disruptores endocrinos apunta muy concretamente al coste sanitario de los disruptores endocrinos en la UE: 165.000 millones de euros al año. Y reconoce que la estimación es conservadora porque en su análisis no incluye algunos disruptores. Las decisiones acerca de la ubicación de un edificio, del diseño de los sistemas y materiales de construcción y de las instalaciones, así como las dirigidas a la elección del amueblamiento y el equipamiento deben tener presente estos riesgos y ser integradas en los proyectos arquitectónicos desde sus primeras fases.
El objetivo final es reducir la carga de contaminantes tanto como sea posible, identificándolos y valorándolos previamente.
La contaminación del aire interior está compuesta por una cantidad casi inabarcable de sustancias químicas, átomos, moléculas, compuestos, mezclas, polvos, partículas y fibras. Respiramos una gran cantidad de sustancias con efectos aditivos, sinérgicos o antagónicos que dan como resultado que la evaluación de la calidad del aire interior sea muy compleja.
Los factores determinantes a la hora de valorar los efectos de estas sustancias son el momento, la frecuencia y la intensidad de la exposición. Pero hay que tener en cuenta, además, que las reacciones a la exposición a contaminantes químicos dependen del estado psíquico y físico de cada persona. Para comprender la complejidad de la valoración de la exposición a las sustancias presentes en el aire interior es preciso tener en cuenta algunas consideraciones ya que:
Se calcula que los costes anuales relacionados con la exposición a los disruptores endocrinos ascienden a 163.000 millones de euros. (4)
Como primera aproximación a los riesgos químicos y biológicos presentes en ambientes interiores, y siguiendo el criterio de la norma SBM 2015 redactada por el Institut für Baubiologie + Nachhaltigkeit IBN que ya nos sirvió como guion en nuestro anterior artículo sobre los riesgos físicos, podemos agrupar las sustancias tóxicas del aire interior en:
Veamos brevemente cada uno de ellos.
La Organización Mundial de la Salud OMS a través de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer IARC clasificó en 2004 el formaldehído como carcinógeno en humanos (Grupo 1). El formaldehído puede considerarse como el contaminante de los espacios interiores por antonomasia. En estado puro, este aldehído libre de agua es un gas incoloro, de olor punzante, intenso y penetrante. Se encuentra en tableros aglomerados y otros materiales derivados de la madera y en algunos aislamientos, productos de limpieza o textiles.
El formaldehído es muy volátil y emana rápidamente de barnices, pegamentos y similares, pero en los tableros derivados de madera, que son la fuente principal de emisiones en espacios interiores, se libera a partir de las resinas de los aglomerantes, mediante la reacción con el vapor de agua, durante años. Puede provocar una gran variedad de síntomas como dolor de cabeza, irritación de las mucosas, tos, alergias, etc.
Bajo la denominación de disolventes se agrupa una gran cantidad de compuestos caracterizados por su rápida acumulación en el aire. La concentración de estas sustancias en el aire interior depende tanto de las fuentes, la temperatura y la humedad del aire, como de los hábitos de ventilación. Pinturas, barnices, adhesivos, tintes, disolventes, tratamientos para madera o algunos aislamientos son las fuentes más habituales de estos compuestos en ambientes interiores.
A pesar de que el riesgo con los disolventes se produce fundamentalmente durante su aplicación y los primeros días o semanas posteriores, en algunos casos persiste durante meses o incluso años. Algunos COVs pueden provocar molestias olfativas que pueden afectar al estado de ánimo de las personas y derivar en efectos psicológicos y fisiológicos. Gran parte de los COVs son irritantes de membranas mucosas, ojos, piel, y parte de ellos son sospechosos o comprobados cancerígenos, mutagénicos y/o tóxicos de la reproducción. Aunque las concentraciones bajas de COVs pueden suelen ser toleradas, pueden desencadenar reacciones adversas en personas asmáticas o afectadas por sensibilidad química múltiple (SQM).
Las sustancias tóxicas más peligrosas son los compuestos orgánicos persistentes (COP) por su elevada permanencia en el medio ambiente. Se incorporan en los tejidos grasos de los seres vivos y su concentración se acumular a lo largo de la cadena trófica. Se depositan rápidamente sobre las superficies en forma de partículas de polvo doméstico sobre muebles, equipamiento o ropa de hogar, llegando a causar una acumulación muy significativa de sustancias tóxicas en los espacios interiores.
En estos espacios se pueden encontrar agrupados en función de su aplicación como biocidas, retardantes de llama, plastificantes u otros usos. Algunos biocidas son cancerígenos, mutágenos y teratógenos. Las sustancias poco volátiles atacan el sistema nervioso, dañan el hígado y los riñones, y se han relacionado con alergias, neuralgias, dolores diversos, trastornos del comportamiento, infecciones, patologías del corazón e infertilidad. Las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS) son compuestos químicos organofluorados conocidos como “químicos para siempre” forman parte de este grupo de compuestos orgánicos persistentes.
El pasado 13 de febrero se presentó una propuesta de la ECHA (European Chemical Agency) elaborada Dinamarca, Alemania, Noruega, Holanda y Suecia, para ampliar la prohibición o restricción a unos 10.000 PFAS. Las autoridades consideran que unos 4,4 millones de toneladas de PFAS terminarían en el entorno en los próximos 30 años de no tomarse medidas. La Oficina Europea de Medio Ambiente (EEB, European Environmental Bureau) ha informado que el coste económico por efectos en la salud asociado estos compuestos oscila entre los 52.000 y los y 84.000 millones de euros al año en la UE.
El uso de biocidas en construcción es intensivo en el tratamiento de maderas y en la fabricación de materiales sintéticos con un contenido elevado de plastificantes (moquetas, papeles pintados, vinilos, espumas a base de poliuretano, productos de PVC…).
Aún es posible encontrar, especialmente en construcciones antiguas, metales muy tóxicos como arsénico, plomo, cadmio, cromo, cobalto, cobre, níquel, mercurio, talio, zinc o estaño.
Pueden darse contaminaciones críticas por metales pesados procedentes de conducciones de agua potable de hierro galvanizado o plomo, especialmente si el agua es ácida y blanda y con alto el contenido en nitratos.
Hoy es frecuente encontrarlos en lámparas fluorescentes y lámparas de bajo consumo CFL.
La actual directiva europea RoHS 2011/65/UE (RoHS2) sobre restricciones a la utilización de determinadas sustancias peligrosas en aparatos eléctricos y electrónicos (AEE), establece exenciones para el uso de mercurio y plomo en iluminación.
También es posible detectar metales pesados en protectores de madera, antioxidantes, pigmentos, pinturas, barnices, retardantes de llama, insecticidas, etc. La exposición a metales pesados es causa de daños hepáticos y renales, dolencias nerviosas, infecciones, alergias, anemia e incluso cáncer.
El polvo doméstico es el principal reservorio de partículas y fibras en el ambiente interior.
En función de su diámetro las partículas PM (Particulate Matter o material particulado) se clasifican en PM 10 (=10 micras), PM 2,5 (=2,5 micras) o ultrafinas (PUF) y nanopartículas (=0,1 micras).
Las partículas más pequeñas son las más peligrosas por su alta permanencia en el aire y por su capacidad para penetrar en las vías respiratorias inferiores. Es bien conocida la problemática derivada de la exposición al amianto, que cristaliza en forma de fibras que pueden dividirse longitudinal en fibrillas hasta 800 veces más finas.
Todas las formas de asbesto son cancerígenas para el ser humano. La exposición al asbesto, incluido el crisotilo, es causa de cáncer de pulmón, laringe y ovario, así como de mesotelioma (un cáncer del revestimiento de las cavidades pleural y peritoneal). La exposición al asbesto también puede causar otras enfermedades, como la asbestosis (una forma de fibrosis pulmonar), además de placas, engrosamientos y derrames pleurales.
Las fibras minerales (lanas de vidrio y de roca) pueden producir irritaciones en las vías respiratorias superiores y las mucosas oculares. Aunque pueden darse casos de dermatitis irritativas por contacto, otras afecciones asociadas a la exposición a estas fibras podrían ser causadas por alergias provocadas por las resinas termoendurecibles con las que se aglomeran para formar productos de aislamiento térmico y acústico.
Los hongos de mohos y levaduras, y más ocasionalmente bacterias y virus, constituyen el origen más habitual de riesgos biológicos en espacios construidos. Presentes en el aire, sobre las superficies o asociados al polvo doméstico, proliferan especialmente en presencia de humedad y materia orgánica. A pesar de que sólo una pequeña parte de la microbiología doméstica resulta patógena en condiciones normales de salud, algunas especies, sobre todo de hongos, pueden causar deterioros importantes en la salud, en especial en personas inmunodeprimidas.
Los hongos del moho, muy filamentosos, pueden liberar millones de esporas en el aire interior y afectar seriamente a las vías respiratorias (causando micosis, dermatitis, alergias…), mientras que los de las levaduras atacan preferentemente el aparato digestivo (como, por ejemplo, la Candida albicans). La formación de hongos está habitualmente asociada a la presencia de bacterias, particularmente en presencia de humedad.
La resolución defectuosa de envolventes e instalaciones frente a humedades de condensación, de capilaridad o de infiltraciones es la causa más frecuente de estos riesgos.
Los actuales retos planteados en el sector de la arquitectura y la construcción (descarbonización, circularidad, resiliencia, etc.) no pueden ser atendidos al margen de sus repercusiones en la calidad del aire interior.
Factores como el estado de conservación de cada edificación, las condiciones higrotérmicas interiores, los sistemas de ventilación, los materiales y sistemas constructivos están relacionados indisolublemente con la contaminación química y biológica interior.
Crece la evidencia científica de la interconexión entre el cambio climático y la calidad del aire interior, y los edificios, como interfaz entre el espacio exterior y el interior, deben contemplarse como parte integrante de este sistema dinámico. Mejorar la calidad del aire en interiores requerirá una inversión sostenida en investigación científica y en capacitación de profesionales capaces de valorar la exposición a los riesgos potencialmente presentes en las edificaciones y de reducirla tanto como sea posible.
• Edificios y salud. Reinventar el hábitat pensando en la salud de las personas. Capítulo 8. Electroclima. GBCE, CGATE, AEICE. • Curso de iniciación a la Bioconstrucción. Factores de riesgo físico para la salud en el hábitat. Instituto Español de Baubiologie IEB. • Norma Técnica de Medición SBM 2015. • Valores indicativos en Baubiologie para zonas de descanso. • Martinez, A (2013). Control ambiental en ambientes interiores: una guía para la búsqueda, el acondicionamiento y el uso de viviendas para afectados ambientales en el ámbito urbano. PFM Máster en Bioconstrucción. IBN-UDL-ITL.
• Daños ocultos de la contaminación del aire interior: cinco pasos para exponerlos. • Sustancias químicas perfluoralquiladas (PFAS).
Palabra clave
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