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30 nov 2023
El mundo urbano se ha convertido, con el devenir de los siglos, en la expresión por antonomasia de las aspiraciones y logros humanos. La historia del urbanismo ha sido la de la carrera por la conquista de mayores cotas de salubridad, esperanza de vida y comodidad. Sin embargo, los modelos conceptuales de la sociedad industrial que condujeron hasta el actual desarrollo de ciudad, basados en la creencia de que la tecnología, apoyada en la disponibilidad de energía, permitiría independizarse de los límites de la naturaleza, vienen mostrando abiertamente su ineficiencia desde hace décadas. Este modelo de desarrollo urbano ha derivado, por ejemplo, en el consumo desbocado de recursos naturales, la aparición de nuevas enfermedades como consecuencia de la mala calidad del aire o del estilo de vida sedentario, la pérdida de identidad cultural y de interacción social o la inseguridad.
Naciones Unidas (NNUU) prevé que dentro de 20 años, dos tercios de la población mundial serán urbanos, concentrándose en las ciudades. En España este porcentaje ya se ha alcanzado y de los 46.528.024 habitantes que existen, el 80% se concentra en áreas urbanas, que suponen sólo el 20% del territorio, situándose entre los países con un mayor porcentaje de población urbana de toda la Unión Europea (UE). De ellas, el 25% vive en aglomeraciones urbanas superiores al millón de habitantes y el 17% en las ciudades más grandes.
La evolución de los entornos urbanos se encuentra en nuestros días en una encrucijada ante la quiebra de los principios que han guiado hasta ahora su expansión. Las emergencias climática, ambiental, social y sanitaria a las que nos enfrentamos cristalizan en los espacios urbanos en situaciones que obligan a repensar el modelo de ciudad. Los retos del urbanismo actual ponen su punto de mira en aspectos tan diversos y a la vez tan interrelacionados como la salud, la resiliencia, la sostenibilidad o la gestión inteligente.
Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 11: “Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”
Atender estos retos pasa necesariamente por acometerlos de forma integral, teniendo en cuenta todas las dimensiones de la habitabilidad urbana, dependiente, como hemos visto en anteriores entregas, del estado de equilibrio de los ecosistemas en los que se insertan nuestras ciudades.
Ya en 2016 el Informe Global de Salud Humana apuntaba al planeamiento urbanístico como herramienta para la planificación y diseño de las ciudades capaces de promover la salud y de prevenir enfermedades.
En 2017, la Nueva Agenda Urbana de Naciones Unidas asocia la calidad de la urbanización con el desarrollo sostenible, el urbanismo y la salud. Ese mismo año la Declaración Europea de Ostrava apostaba por integrar la salud, el entorno y la sostenibilidad en su visión de la ciudad.
Esta visión integrada está presente tanto en la Nueva Agenda Urbana de Naciones Unidas como en la Agenda Urbana de la Unión Europea, con un marco estratégico compuesto por un decálogo de objetivos y un listado de líneas de actuación. Dentro de la Agenda 2030, la Agenda Urbana Española, de carácter voluntario, pretende aportar una metodología de trabajo a partir del diagnóstico de la realidad urbana y rural proponiendo un sistema de indicadores para realizar la evaluación y seguimiento del cumplimiento de sus objetivos.
Dominado por la imagen de los edificios de gran altura, levantados muchas veces al margen de razones sociales, psicológicas, ecológicas e incluso económicas, el modelo de ciudad imperante tiene dificultades para generar los espacios públicos necesarios para que pueda desarrollarse una verdadera vida urbana. No sólo el impacto medioambiental, derivado de este modelo urbano altamente complejo, sino también el social, con consecuencias como la gentrificación, o el climático, con resultados como el efecto isla de calor, han conducido a poner en tela de juicio algunas de las principales premisas del urbanismo moderno. Veamos brevemente algunos de los planteamientos surgidos en respuesta a este cuestionamiento.
La influencia del modelo urbano globalizado sobre las formas de producción y entretenimiento actuales y su relación con la inactividad física está afectando a la aparición de enfermedades no transmisibles y de trastornos crónicos como la obesidad, la diabetes, la depresión o algunos tipos de cánceres.
En el caso de España, el 13,4% de todas las muertes son atribuibles a la inactividad física, lo que supone más de 52.000 muertes al año. [1]
Se han estimado que las repercusiones sobre la salud de la inactividad física suponen una carga anual para el país de unos 1.560 millones de euros. El espacio físico influye directamente en el comportamiento de las personas y la adopción de conductas activas debe verse fomentada desde el diseño urbano e involucrar a sectores públicos y privados y a la propia población. La Ciudad Activa propone distintas estrategias para la mejora de la calidad de vida de sus habitantes basadas en la integración funcional de usos y en la conexión de espacios. A partir de un modelo denso y más compacto de ciudad se pretende alcanzar una mayor diversidad funcional que permita resolver las necesidades diarias de las personas en el entorno inmediato, combinando espacios urbanos y naturales de uso frecuente conectados por recorridos a pie, en bicicleta o transporte público, que fomenten sensaciones reales de seguridad y pertenencia.
El ejercicio físico, como base de un estilo de vida saludable, en todas sus modalidades y adaptado a las condiciones de todos sus habitantes, es el eje de este enfoque con implicaciones directas en el diseño de la ciudad y, en consecuencia, en su gestión.
Diversos estudios vienen asociando el contacto con la naturaleza con efectos positivos en la salud de las personas, tanto a nivel fisiológico como psicológico. Se han comprobado igualmente reducciones del riesgo de padecimiento de enfermedades cardiovasculares y metabólicas y también del estrés cuando este contacto existe. Recientemente algunos trabajos han confirmado incluso que la presencia de espacios verdes previene además la mortalidad prematura: por cada aumento del 2% de la vegetación a 500 metros de la vivienda de cada persona, se reduce un 4% su riesgo de morir prematuramente, según un estudio publicado en The Lancet Planetary Health.
“Verdor urbano puede ser césped, un árbol, un huerto urbano, un parque o una pared vertical con plantas. No sabemos qué tipo de verde tiene más efecto a la hora de reducir la mortalidad, pero sí hemos visto que el factor importante es el incremento del verde, sea del tipo que sea”. [2]
Los efectos de los espacios verdes sobre la reducción de la contaminación del aire y acústica y sobre el efecto de isla de calor podrían explicar en parte esta beneficiosa relación entre espacios verdes y salud. La reducción del estrés, la mejora de los estados emocionales y la mejora de la respuesta inmune se han asociado también con el contacto cercano con espacios verdes dentro de entornos urbanos. Estas constataciones confirman la necesidad de mantener e incrementar el arbolado en combinación con la implantación de cubiertas y fachadas vegetales, alcanzando una distribución equitativa en toda la extensión de la ciudad.
6.700 muertes prematuras pueden atribuirse al aumento de las temperaturas urbanas, lo que representa el 4,3% de la mortalidad total durante los meses de verano y el 1,8% de la mortalidad durante todo el año. Un tercio de estas muertes (2.644) podrían haberse evitado aumentando la cubierta arbórea hasta un 30% del espacio urbano, con lo que se reducirían las temperaturas. [3]
Los espacios verdes, como proveedores de estos servicios ecosistémicos, deben dejar de verse como un mero ornamento fuente de gastos municipales para contemplarse como una infraestructura funcional cuyos beneficios, también económicos, justifican su incorporación a la trama urbana. Promover el capital natural es el objetivo de la Infraestructura Verde.
La Infraestructura Verde se basa en el principio de que la protección y valorización de la naturaleza y los procesos naturales, y los numerosos beneficios que la sociedad humana obtiene de la naturaleza, se integran de manera consciente en la planificación espacial y el desarrollo territorial. [4]
En España, la Estrategia Nacional de Infraestructura Verde y de la Conectividad y Restauración Ecológicas (Orden PCM/735/2021, de 9 de julio) es el documento de planificación estratégica que regula su implantación y desarrollo, estableciendo un marco administrativo y técnico armonizado para el conjunto del territorio estatal, incluyendo las aguas marítimas bajo soberanía o jurisdicción nacional. La implantación de estas y otras soluciones basadas en la naturaleza requieren de un abordaje y una planificación integrales y sistémicos que exigen una colaboración intersectorial que incluya gobiernos municipales y estatales, empresas del sector público y el privado, instituciones, instituciones educativas y centros de investigación, organizaciones no gubernamentales y sociedad civil.
La resiliencia urbana, como capacidad para afrontar las crisis climática, poblacional y financiera, es otro de los grandes retos ligados al planeamiento urbano. A partir de la experiencia en algunas ciudades australianas en la gestión de las sequías en los años noventa se concluyó el papel fundamental que tiene la gestión del ciclo hidrológico del agua en la resiliencia urbana y se comenzó a dar forma al concepto de diseño urbano sensible al agua. La presión sobre los recursos hídricos derivada del crecimiento poblacional se traduce progresivamente en una mayor escasez de agua y en su creciente contaminación. El incremento de la frecuencia de fenómenos climáticos extremos (inundaciones, olas de calor, incendios forestales, períodos crecientes de sequía y tormentas, ciclones más frecuentes e intensos) añade una presión adicional a la infraestructura relacionada con el agua y a las edificaciones ubicadas en los lugares más vulnerables en los que el paisaje natural ha sido más alterado. La situación económica no es ajena a estas realidades y, en dependencia directa de ellas, actualmente por un período de creciente inestabilidad marcado por la pérdida de cosechas, la destrucción de infraestructuras, la migración, la desigualdad económica y reducción de la productividad que exige una mayor eficiencia en la gestión del agua.
La visión de las Ciudades Sensibles al Agua contempla los entornos urbanos como lugares de captación y flujo de agua a diferentes escalas y para variedad de usos, planificados para aprovechar los servicios ecosistémicos sociales, ecológicos y económicos ligados a los recursos hídricos y gestionados de forma que la ciudadanía participa activamente en la conservación del agua.
En la interacción con el ciclo hidrológico del agua en las Ciudades Sensibles al Agua, además de asegurar la seguridad hídrica mediante su gestión eficiente, se protege la salud de cursos de agua y cuencas fluviales, se reduce el riesgo de inundaciones y se ordena el espacio público para captar y reutilizar este valioso recurso.
La influencia del diseño urbano modela en buena parte el comportamiento de quienes habitan la ciudad.
Nuestras ciudades, diseñadas históricamente por hombres, han tendido a perpetuar un modelo urbano adaptado a su papel tradicional de género, dejando al margen a mujeres, minorías y personas discapacitadas.
Tomando como usuario "neutral" a hombres trabajadores sin discapacidades, los hombres encargados de la planificación y el diseño, con intención o sin ella, crearon espacios urbanos que se ajustaban a sus necesidades, reflejando y perpetuando las normas patriarcales de género de su sociedad: una sociedad que designaba a los hombres como los que llevaban el pan a casa, con pleno acceso a los espacios públicos, terrenos y viviendas; y a las mujeres como cuidadoras, relegadas al ámbito privado del hogar y privadas de los recursos de la tierra. [5]
El urbanismo con perspectiva de género pone su atención en las tareas de cuidado, asignadas tradicionalmente a las mujeres, relegadas por políticas urbanas que han favorecido la división entre trabajos productivos y reproductivos, infravalorando estos últimos. El objetivo es equiparar el valor de ambas tareas, visibilizando y revalorizando las ligadas al cuidado, sin las cuales las productivas no podrían llegar a darse. Las experiencias llevadas a cabo con este enfoque han constatado que aumentar la participación de grupos desfavorecidos en la planificación urbana favorece la seguridad y da lugar a diseños que mejoran la experiencia de todas las personas.
Una ciudad en la que las mujeres, las niñas y las minorías de género y las personas discapacitadas disfruten de plena participación en la vida social y económica es una ciudad mejor para todas las personas.
Los entornos naturales y construidos tienen un efecto significativo en el procesamiento biológico de la información cognitiva y emocional, clave en la toma de decisiones que, a su vez, influyen directamente en nuestro bienestar. A pesar de que las ciudades proporcionan, en comparación con las zonas rurales, mayor disponibilidad de servicios y atención médica, diversos estudios han constatado que la incidencia de las enfermedades mentales es mayor en entornos urbanos.
Según otros estudios, vivir y crecer en una ciudad influye en la generación de estrés y en la conectividad de áreas del cerebro que regulan las emociones. Este estrés urbano parece tener su causa en la simultaneidad de la densidad de población y el aislamiento social dentro de un entorno que escapa al control personal. Varios trabajos demostraron también que los espacios verdes o azules de alta calidad y las áreas urbanas con biodiversidad son aliados importantes para los procesos neuronales, cognitivos y emocionales positivos. La salud urbana es una disciplina en pleno desarrollo que se ocupa de los determinantes de la salud y las enfermedades en las ciudades, así como en el conjunto del contexto de vida en la ciudad visto como factor de riesgo.
Por su parte, desde el neurourbanismo, un nuevo campo interdisciplinario de investigación centrado en las interdependencias entre el contexto urbano y el bienestar emocional que incorpora conceptos como la psicogeografía o el wayfinding, se aportan conocimientos y herramientas para crear entornos que mejoren la salud pública y la resiliencia psicológica de la población.
Un sentido fuerte de pertenencia a un lugar puede influir también en la salud física, social y emocional de las personas y las comunidades. La creación de lugares mediante procesos colaborativos ayuda a dar forma al ámbito público fortaleciendo la conexión entre las personas y los espacios que comparten, capitalizando la inspiración y la capacidad de movilizar los recursos materiales e inmateriales de las comunidades locales. Algunos retos en el diseño urbano pueden abordarse desde esta perspectiva, observando, preguntando y escuchando a las personas para lograr espacios públicos de calidad, inclusivos y saludables, además de formalmente significativos.
Un espacio público de calidad y que funciona es aquél que pone en el centro del proceso de diseño a las personas y la naturaleza. Cualquier proyecto de transformación del espacio público que no incorpore estas dos variables (personas y naturaleza), no solo no está resolviendo las necesidades existentes, sino que está agravando los problemas. [6]
La presencia de espacios para el intercambio, la permanencia, la cultura o la expresión es la condición imprescindible para el ejercicio de la ciudadanía, razón de ser última de la ciudad. El uso y la gestión del espacio público pasan a ser así cuestiones centrales del planeamiento urbano y los modelos de participación colectiva ofrecen herramientas para generar entornos reconocidos como propios por la población. Esta participación ciudadana a lo largo de todas las fases del diseño del espacio público permite conectar intereses, detectar problemáticas o propuestas cualitativas que poder contrastar con los diagnósticos técnicos.
Las ciudades extienden su influencia sobre las personas y la naturaleza de modos que el contexto actual de crisis anidadas está poniendo claramente de manifiesto. Los diversos ámbitos sobre los que los entornos urbanos ejercen estas influencias forman parte de un sistema dinámico que convierte al urbanismo en una disciplina obligada al dialogar con el resto de agentes implicados en él, desde las administraciones y el sector privado hasta la academia y la investigación, pasando, ineludiblemente, por la propia ciudadanía.
El urbanismo como práctica social de creación y transformación de las ciudades es el instrumento para abordar los retos actuales. Las limitaciones del urbanismo actual, sin embargo, obligan a la formulación de un nuevo urbanismo con bases ecológicas que amplíe el foco y nos permita, de ese modo, aumentar nuestra capacidad de anticipación ante las actuales incertidumbres creadas, sobre todo, por los sistemas urbanos. [7]
Las experiencias pioneras que se van sumando a esta visión demuestran que las políticas realmente eficaces son las inspiradas por un enfoque transversal y multidisciplinar que permitan la materialización de proyectos, programas y políticas integrales.
[1] Termómetro del sedentarismo en España. (2017). Fundación España Activa. [2] David Rojas, investigador de ISGlobal y de la Universidad de Colorado. [3] Cooling cities through urban green infrastructure: a health impact assessment of European cities. [4] Comisión Europea, 2013. [5] Manual para la planificación y el diseño urbano con perspectiva de género. (2020). Banco Mundial. [6] Hacia un espacio público más inclusivo y naturalizado. (2020). Paisaje transversal. [7] Rueda-Palenzuela, S. (2019). El urbanismo ecológico. Ciudad y Territorio. Estudios territoriales, vol. LI, nº 202.
Palabra clave
A.T. frente al Cambio Climático
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