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5 sep 2024
“¿Por qué no entender “darle sentido” a algo como impregnar y permitir que ese algo manifieste lo que sentimos?”, escribe Juan Carlos Kreimer en su reciente libro sobre la creatividad. Nadie dice “darle pensando a algo”, observa el autor.
Empezamos nuestra entrevista con Inhar Agirrezabal, arquitecto guipuzcoano al frente de Ari Arkitektura, jugando con las palabras. A veces es necesario encontrarle un sentido a lo que hacemos, recordar qué nos traemos entre manos. Usar materiales como la cal, el barro o la madera, los mismos con los que está hecho el mundo, requiere desprenderse de muchos prejuicios acumulados, de muchos relatos, recientes pero bien asentados, acerca de cómo construir, de cómo habitar, y de cómo construirnos.
Animados por los primeros minutos de conversación le preguntamos a Inhar cómo ha llegado él a encontrar el sentido a su trabajo profesional y personal. Sin prisa pero con aplomo responde: “desde la carencia”. Y le dejamos que se explique. “El movimiento moderno, con su atención casi exclusiva a lo visual, deja fuera la experiencia de los otros sentidos y así la arquitectura no llega a las personas”.
“La arquitectura tiene que ser para todo el mundo. Es una necesidad vital. Y yo sentía que algo le faltaba”
Las referencias a la arquitectura fenomenológica y a la obra de Pallasmaa, Holl y Zumthor se van sucediendo a lo largo de nuestra charla. “Nuestras obras son habitadas por seres que sienten”, reflexiona Inhar. Es desde ahí desde donde el empleo de materiales naturales que propugna la bioconstrucción adquiere su razón de ser. La arquitectura, esa tercera piel de la que nos hablaba Hundertwasser, nos da sentido. “Toca hacer la vuelta a casa”, confiesa Agirrezabal.
En las últimas décadas, el desarrollo de las neurociencias y su aplicación al ámbito de la arquitectura está permitiendo sentar las bases teóricas que explican nuestro vínculo con los espacios construidos. “La neuroarquitectura y la biofilia confirman lo que ya sentíamos”, comenta Inhar.
“La buena técnica es irrelevante si la concepción de la idea del proyecto está disociada de la vida que surgirá en el proceso de habitación”
(Ana Mombiedro, Manifiesto: Hacia una Neuroarquitectura)
Los materiales que usamos para configurar espacios influyen es nuestras reacciones sensitivas y motoras y también en las emocionales y memorísticas.
¿Cómo nos relacionamos con el espacio a través de los sentidos? Para Inhar, “todo es un toma y daca sensorial continuo”. “Todo es a partir de la piel”, sentencia, en una clara alusión a “Los ojos de la piel”, el libro en el que Juhani Pallasmaa reflexiona precisamente acerca del predominio del sentido de la vista en la aproximación moderna a la arquitectura y de la pérdida de la experiencia del espacio. Para Pallasmaa, todos los sentidos, incluida la vista, son prolongaciones del sentido del tacto. Los sentidos son especializaciones del tejido cutáneo y todas las experiencias sensoriales son de alguna forma modos de tocar.
Como escribía Borges, “el sabor de la manzana está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma”
Acaso eso explique por qué está de moda ver la marca de la paleta del albañil en un revoco, reflexiona Agirrezabal. “La tierra y la cal son un tesoro desde este punto de vista”, apunta.
La importancia del tacto nos lleva a charlar sobre la relevancia de la textura y el ornamento, un ámbito que hoy parece reservado al campo de la decoración. “Los arquitectos nos hemos olvidado de esto”. “La gente necesita experiencias más que fotos (…) Necesitamos estímulos y las paredes muchas veces no nos los dan”. La propia experiencia de Inhar, que comenta cómo las personas que visitan su casa, proyectada y ejecutada para ser sentida, pasan recurrentemente la mano por sus paredes, lo confirma. “Las texturas nos cuentan cosas acerca de nosotros mismos”, nos dice, y trae a colación la famosa magdalena de Proust.
La arquitectura cuenta historias, las nuestras, las de otras generaciones. “Contar el paso del tiempo conecta con las personas”. Es algo que la arquitectura vernácula hace sin pretensiones. En su anonimato, la arquitectura que crece sin proyecto puede sintonizar con las personas de una forma que no lo hace la arquitectura de autor.
Desde el impulso del hacer, los procesos, más que el diseño, imprimen sentido a la obra. Los materiales adquieren así un lugar central en el acto de construir. “Los materiales importan”, concluye Agirrezabal
En nuestra relación con el espacio construido, lo sensorial se nos presenta como una experiencia única y global resultado de la interacción de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro instinto con las propiedades físicas, químicas y biológicas de los materiales de construcción.
La percepción del espacio está directamente relacionada con la elección de los materiales, especialmente los empleados en los paramentos más directamente en contacto con el ambiente interior
Aspectos como su temperatura superficial, su capacidad para regular la humedad ambiental, su olor, su color o su textura entran en resonancia con las personas que habitan los espacios. Los materiales naturales, poco procesados, poseen cualidades únicas que determinan la calidad del ambiente interior y nuestra relación con el espacio. “A una pared acabada con pintura plástica lisa no se le pasa la mano”, apunta Inhar. Los materiales naturales nos hablan de la vida. Con sus “imperfecciones”, envejecen con otra dignidad. Hablar de nuevo de su casa le resulta inevitable: “Cada vez me gusta más. Cada roce, justo donde más tiempo pasamos… ¡Eso es arquitectura!”. La tierra y la cal son para él materiales privilegiados.
La inmediatez de la obtención, procesado y aplicación de la tierra cruda tienen algo de mágico para Agirrezabal. “Se coge y se aplica”. Las propiedades físico-químicas de la tierra, como ya vimos en nuestro anterior artículo, son bien conocidas: capacidad de acumulación de calor, higroscopicidad, aislamiento acústico, absorción de olores…
Su experiencia directa en revocos de tierra le dice que funciona. “Los hemos aplicado como parte de la solución de muros radiantes y el resultado está ahí, se siente”. También como parte de estrategias de regulación de la humedad relativa en interiores: “En nuestra zona, con humedades superiores al 80% en el exterior, dentro podemos estar por debajo del 60%”. Como especialista en mediciones ambientales nos confiesa que le gustaría embarcarse en el estudio de la aportación de los revocos de tierra a la ionización del aire. “En muchas publicaciones se habla de la liberación de iones negativos al ambiente por parte de los revocos de tierra, pero me gustaría confirmar con datos esa afirmación”. Pero si algo destaca Inhar de la tierra cruda es su amabilidad: “puedo ir con mi niña de 7 años a la obra”. Ahí queda también su experiencia con más de 200 niñas y niños en Zarautz con quienes han construido con tierra chozos en cob, una técnica de moldeado directo de la tierra de la que también hemos hablado en esta serie de artículos.
No se olvida tampoco del uso tradicional de la tierra en Euskadi: “Aquí se ha usado mucha tierra, en muros, en encestados para tabiquerías… La tierra era usada con dignidad y proporcionalidad. Ahí empezaba la verdadera eficiencia de la arquitectura”
Y son precisamente las propiedades físicas y sensoriales que ofrece la tierra cruda las que hacen que esté siendo incorporada en proyectos que marcan el camino. “La obra de arquitectos como Martin Rauch, Anna Heringer o Angels Castellarnau, aquí en la península, son la punta de lanza de la arquitectura actual”.
La cal necesita absorber CO2 para su proceso químico de carbonatación y poder así volver a su estado natural de piedra caliza. Presenta una alta resistencia a compresión, una buena adherencia, proporcionando a la vez aislamiento térmico y acústico y una alta permeabilidad al vapor de agua. Aunque podemos recurrir a la cal hidráulica natural, que tiene sus aplicaciones, por ejemplo, en cimentaciones o en determinados trabajos en exteriores o en contacto con el agua, Inhar reclama la vuelta a la cal aérea, que aporta mayor trabajabilidad. La cal aérea en pasta envejecida, ganando propiedades durante años, era (y es) la elegida para los trabajos más exigentes y delicados de revocos y pinturas.
“La cal hidráulica es demasiado parecida al cemento. Hay que recuperar la experiencia de los procesos que requieren su tiempo, como el de apagado de la cal, que tienen su efecto sobre los materiales”, reflexiona
El descubrimiento en el siglo XIX del cemento supuso el paulatino abandono de la cal como conglomerante. “Aunque tímidamente, hoy podemos ver cierto movimiento en el sentido contrario. Las cementeras miran la cal con otros ojos y algunas están adaptando sus procesos para fabricarlas”. En plena carrera por la descarbonización de la arquitectura esta tendencia es lógica si tenemos en cuenta que la calcinación de la cal se lleva a cabo a temperaturas bastante más bajas que las necesarias para la obtención del clínker para la fabricación del cemento.
“¿Es realmente necesaria toda la presión energética y medioambiental derivada de los actuales procesos constructivos para lograr hábitats saludables, asequibles y justos?”, nos preguntamos junto con nuestro interlocutor
“En nuestra zona hay aún buenas canteras de piedra caliza, como la de Altzo, para la fabricación de cal aérea de calidad. Queda incluso algún horno artesanal que se enciende una vez al año”.
De nuevo con la mirada puesta en la tradición, Inhar recuerda que “antes en cada caserío, especialmente en Bizkaia, se hacía un horno de cal antes de arrancar la obra”.
Y es que, al fin y al cabo, el objetivo de la arquitectura, más allá de las etiquetas que le asignemos, sigue siendo proporcionar un cobijo saludable que mantenga vivos nuestros sentidos y nos haga más humanos
Decíamos en un artículo anterior que debemos pensar en la elección de materiales y sistemas constructivos de un modo radicalmente diferente a como lo hemos hecho hasta ahora y, muy probablemente, más parecido a como lo hicimos hace no tanto tiempo.
La tierra, la cal o la madera son hoy, como ayer, materiales irremplazables para una arquitectura merecedora de ese nombre
Y lo son no sólo por sus propiedades técnicas sino también, y ante todo, por la invitación que nos hacen a entrar en contacto con ellos, a reconocernos en ellos. “Hay que tocar más”, concluye Inhar antes de despedirnos hasta una próxima entrevista en la que hablaremos del proyecto y la ejecución de su propia vivienda, una rehabilitación de una vivienda en bloque en la que se han empleado materiales como la cal, el barro, la madera, el corcho o el yeso natural.
Un párrafo extraído del ensayo “Aprender y desaprender” de Pallasmaa nos sirve como punto final de esta nueva entrega:
“Somos seres biológicos e históricos completos y en cualquier trabajo creativo reaccionamos con todo nuestro sentido y nuestra identidad existencia, y no solo con nuestro intelecto. Cuando experimentamos o hacemos arquitectura, el sentido más importante no es el de la visión, como suele asumir las prácticas pedagógicas, sino el sentido existencial a través del que encontramos, confrontamos e interiorizamos lugares y situaciones en cuanto que experiencias existenciales corporizadas, pensamos tanto con nuestro cuerpo, con nuestros músculos y con nuestros intestinos, como con nuestras neuronas"
Inhar Agirrezabal es arquitecto y consultor en bioconstrucción IEB. Junto con Garbiñe Pedroso forman en Zarautz (Gipuzkoa) a finales de 2012 Ari Arkitektura, desde donde se proponen dar forma a proyectos vivos que pongan en el centro la salud y el medio ambiente. Más información: https://ari.live-website.com/
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